Rosetón de la fachada desde el interior de la Catedral.
Los rosetones, al igual que los óculos y ventanas de la nave central o de las laterales, cuentan con unas vidrieras que en su mayor parte fueron realizadas a finales del pasado siglo XX, si bien se conservan algunas más antiguas.
Los vitrales en época gótica fueron sustituyendo a la pintura mural propia del románico, componiendo con los programas iconográficos que ofrecían la función didáctica y simbólica que mostraba anteriormente la pintura.
Teniendo en cuenta que la luz es la cualidad esencial del arte gótico, es ésta la que adjudica a la compleja estructura arquitectónica de la Catedral de una naturaleza trascendental, percibiéndose como la sublimación de la divinidad.
Serán las vidrieras las encargadas de dar una luz difusa, coloreada e irreal, transformando el espacio interior en simbólico. Las vidrieras fragmentan y tamizan la luz, que penetra en el espacio a través de colores diferentes creando una atmósfera irreal y espiritual.
Además, para la religión católica la luz representa a las fuerzas del bien que son el origen de la creación y salvación universal.
Artistas modernos también optaron por diseñar cartones para confeccionar vitrales, como es el caso entre otros de Marc Chagall en la Catedral de Reims o de Henri Matisse en una capilla de la población de Vence.
En el año 1995 se inauguraron las nuevas vidrieras abstractas de la Catedral conquense, que fueron encargadas a cuatro artistas: Gustavo Torner, Henri Dechanet, Gerardo Rueda y Bonifacio Alonso.
Ésta de la imagen corresponde al Rosetón que ilumina la Nave Central.